domingo, 9 de marzo de 2014

Ponerse bajomedieval en el vigésimo de febrero

Es probable que muchos de vosotros desconozcáis lo que aconteció en la noble villa de Teruel el año de Nuestro Señor de 1217, los amores trágicos entre Juan Diego Martínez de Marcilla e Isabel de Segura.

Mas no quiero aburrir al lector relatando hechos que muchos grandes escritores antes que yo ya narraron. Remito pues al curioso a los versos de Tirso de Molina o de Juan Eugenio Hartzenbusch para dar cuenta de la historia.


Imagen obtenida del reportaje monográfico Conjunto Amantes de Teruel,
http://www.unaventanadesdemadrid.com/amantes-de-teruel.html

Lo que nos atañe en realidad es lo que acaece en esta ciudad todos los años en febrero desde hace más de tres lustros, y que gracias a la invitación de una buena amiga he tenido ocasión de disfrutar recientemente, pues del 20 al 23 se han celebrado Las Bodas de Isabel de Segura, popularmente conocidas como "Los Medievales". Unas fiestas pensadas para honrar la memoria de Los Amantes, pero que ampliando miras, también sirven para fomentar el turismo y el comercio, y generar beneficios y publicidad a la par que lograr que la gente se divierta de un modo distinto. Porque el boca a boca funciona muy bien.



No se trata sólo de un mercadillo medieval, o de organizar representaciones teatrales de los momentos centrales de la tragedia convirtiendo edificios emblemáticos en escenarios al aire libre, sino de animar a los participantes a sumergirse en un periodo con bastantes más sombras que luces, pero que si se idealiza (recurso que ya explotaron los románticos decimonónicos), llega a ser evocadoramente hermoso. Por lo que, aunque no es obligatorio, la gran mayoría de asistentes opta por disfrazarse. Y yo lo agradecí sumamente, porque siempre place cambiar de aires y de costumbres, aunque sea sólo durante unos pocos días.


miércoles, 6 de noviembre de 2013

Ponerse decimonónico en las calendas de Noviembre

Tras una semana (allá por el mes de octubre) en la que, incitada por una conversación con buenas amigas, se me antojó montarme mi propio ciclo de películas basadas en novelas de finales del periodo georgiano y de la incipiente época victoriana escritas por mujeres (entre nosotros, Jane Austen y las hermanas Brontë), no pude sino suspirar sin saber muy bien cuál sería la próxima después de semejante maratón de cine.

Ya me ocurrió con "Orgullo y Prejuicio" hace ya ocho años (¿tanto?) en que estuve días sin querer ver ninguna otra película hasta que su efecto se hubo desvanecido. El tiempo pasaba y ninguna me llamaba la atención; y aquéllas que finalmente vi no me dejaron ningún poso: todas insulsas, fútiles y prescindibles.

Como decía, esta semana corría el peligro de repetir idéntico decaimiento, cuando a la sazón mi hermana me recordó que, para el largo finde de Todos los Santos, habíamos reservado una pernocta en Soria meses ha.

"Soria.
El Monte de las Ánimas", me dije.
Fue algo inmediato, no tuve que pararme a pensar. Esa percepción se clavó certera en mi cerebro nada más escuchar el nombre de la ciudad.


Ya no necesité buscar más películas que visionar, conocedora como lo era de que en Soria, en las calendas de Noviembre, tiene lugar desde hace unos cuantos años la lectura teatralizada de la popular leyenda de Gustavo Adolfo Bécquer, considerada por muchos el mejor cuento de terror en castellano. Mis ansias de siglo XIX, de Romanticismo y novela gótica se veían gratamente complacidas con la perspectiva de poder asistir a tal evento.


jueves, 18 de abril de 2013

La última vez que veo un tango en París

Esta semana, que me ha resultado sumamente tediosa, probé a atenuar el hastío viendo películas que tenía desde hace tiempo en mi lista.

Algunas relativamente recientes y lacrimógenas, otras no tanto; otras ya muy vistas pero que me apetecía volver a ver; otras de las que es mejor que no comente títulos por aquí para no agraviar la reputación de persona entendida en Cine que tanto me ha costado labrar, y una que me vi ayer en V.O.S. precisamente por el enorme compromiso que supone mantener dicha reputación.
Último tango en París.


Lo cierto es que en el minuto 10 ya sabía que no me iba a gustar, que se me iba a hacer eterna, y que me iba a obligar a terminarla porque soy así de masoca. Sólo por el placer de tacharla (apretando con fuerza el boli)

La anoté hace muchos años, precisamente por el título, sin saber absolutamente nada del argumento ni del tipo de película que era.

Mi problema es que tiendo a incluir en mi lista prácticamente toda película que lleve en su título “París” o “Roma” o lugares por el estilo. Así me pasó con “La última vez que vi París”, que no es que sea de mis favoritas, pero que me gustó más de lo que me esperaba ya que antes de verla no me habían hablado muy bien de ella, y claro, yendo predispuesta a ver algo mediocre tirando a malo, es fácil llevarme una grata sorpresa cuando el producto resultante no es de tan mala calidad como las expectativas me hacían creer.


martes, 23 de octubre de 2012

Nelumbos del Norte

Llevo unas cuantas noches leyendo un libro de portada desafortunada, a lo Ágata Ruiz de la Prada, que me regalaron mis amigas hace ¿6 ó 7 años? "99 Poemas de Amor" se llama. Y la horrenda tapa me había disuadido hasta entonces de empezarlo (por el qué dirán en el metro, no por otra cosa. Sí; a veces me permito ser así de superficial)


No me digáis que no tiene delito el diseño.

El caso es que pusieron en Antena3 una película malísima (de la que no diré título, por el qué diréis) pero que me dio la idea de desempolvar ese regalo y de leer un par de poemas por noche antes de dormir.

Quizás no recordéis la entrada que publiqué hace ya bastante tiempo sobre la reacción psicosomática que me producía leer las "Coplas a la Muerte de su Padre", de Jorge Manrique.

A mí me vino anoche a la mente, cuando sentí de nuevo esa sensación, mientras leía "Sonatina", de Rubén Darío, incluida en mi libro de mesilla. Ya sabéis, la de "La princesa está triste... ¿qué tendrá la princesa?"

domingo, 2 de septiembre de 2012

Inspiración y cappuccino

Lo he vuelto a hacer.

He vuelto a caer en un libro que ya me he leído incontables veces. Pero tengo una explicación, necesitaba empaparme de su estilo.

Hace un mes, mientras tomaba un cappuccino de sobre que tenía de cappuccino sólo el nombre, leí la noticia de un certamen literario de estilo libre pero con la circunscripción de que figurasen Paisajes de la Celtiberia. No me presentaba a un certamen desde aquél promovido por el Museo del Romanticismo y, ahora que tenía algo más de tiempo, decidí arriesgarme.

El caso es que me costó poco tiempo definir la línea argumental que quería, pero buscaba que el estilo narrativo fuera acorde, con reminiscencias de buenas novelas enmarcadas en la Arqueología. Enseguida pensé en dos posibles candidatas para que me inspirasen en la gestación de mi relato: "Quimaira" (de la que ya comenté algo en una entrada anterior) y "El Último Catón".


Me decanté por la segunda. Sólo necesitaba leer unas cuantas páginas para impregnarme de los giros y formas que precisaba, pero al final he sucumbido. Y ya entregado mi relato para concursar, sigo leyéndola sin que vea visos de dejarla.


lunes, 16 de julio de 2012

Impulsos

Acabo de ver el avance (entendiéndose avance por tráiler, que parece que hay que "traducirlo" todo) en V.O. de "El Gran Gatsby" y me ha gustado la estética y la extraña (que no novedosa, recordemos la "María Antonieta" de Sofia Coppola) sensación que transmite escuchar una Banda Sonora contemporánea viendo imágenes que recrean unos idílicos y coloristas años 20. Aunque no sé si es porque la historia es lo suficientemente conocida en Estados Unidos, o porque ya existe una adaptación de 1974, pero el tráiler no me aclara mucho sobre la trama.


Y he sentido un impulso irrefrenable de dejar lo que estoy leyendo ahora y coger el libro que lleva lustros acumulando polvo en una de mis estanterías; una vieja edición encuadernada en piel y letras doradas grabadas en el tejuelo superior del lomo: "El Gran Gatsby", F. Scott Fitzgerald.

miércoles, 11 de julio de 2012

Grutescos

Lo confieso. Me gusta demasiado el lenguaje florido, y agradezco sumamente que el castellano se preste a ello. Sí, sé perfectamente que muchos de nuestros grandes escritores y poetas eran más puros y declarados, escribían sin circunloquios ni florituras, basándose en la sencillez, que no simplicidad, del lenguaje. Y también me gustan.

Pero no sé por qué motivo prefiero el barroquismo a la hora de redactar. Es algo que hago desde niña, ni me lo planteo. Es más, me cuesta un esfuerzo ímprobo intentar escribir llanamente.


Quizás me influyó demasiado en su momento el Príncipe de las Tinieblas con su "Soledades", y no, no estoy hablando del ángel caído ni de Ozzy Osbourne, sino de Góngora y su famoso periodo de oscurantismo e ininteligibilidad.


Luis de Góngora y Argote